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Aprender del error es un compromiso ético

Se ha reiterado que el médico en su práctica profesional se enfrenta diariamente a escenarios clínicos diversos que constituyen un reto para sus conocimientos y habilidades. También sabemos que cuando los resultados no son favorables inmediatamente aparecen las quejas de una supuesta mala práctica.

Establecer un juicio clínico en situaciones tan complejas como las que se viven en las salas de urgencia y terapia intensiva rebasa muchas veces la competencia del médico por más adiestrado y actualizado que esté en los conocimientos científicos.

Por otro lado, el paciente no es una máquina que pueda manejarse de acuerdo al modelo y marca, es un organismo con anatomía y fisiología únicas, con umbral de dolor propio y demás interacciones con el medio que le rodea.

Por esta razón, la incertidumbre siempre está presente, y puede interpretarse como factor de riesgo en los tratamientos o generar mayor cautela en la aplicación de los mismos. En ambas situaciones la posibilidad de error por acción u omisión siempre hace la diferencia.

El recurrir a otros especialistas para esclarecer el diagnóstico y ofrecer las mejores alternativas de tratamiento en cierta manera le da más peso al juicio clínico, pero nunca garantiza la certeza.

Si el error siempre está latente en una práctica médica de por sí compleja, debería aceptarse en el momento que aparezca y ofrecer las mejores alternativas de solución. No puede justificarse en la época actual el pacto de silencio que acompaña los errores en el entrenamiento de los médicos.

Las escuelas de medicina deberán complementar el programa de competencias profesionales con el de la ética de tal forma que el error médico sea considerado como parte ineludible del proceso de aprendizaje.

Aceptar el error en la práctica médica es entender los propios límites y ser sensibles con el paciente que es quien sufre las consecuencias.

Para complementar lea: Dimensiones del acto médico. https://primumnonpecuniam.wordpress.com

 

 

 

El error en la práctica médica, posibilidad latente

“Errare Humanum est” es una frase que habla del médico como sujeto vulnerable por ser humano,  pero la de “primum non nocere” lo ubica en una profesión cuyo principio ético lo impulsa a hacer el bien y no producir daño.

Desde la impactante publicación en 1999 del Institute of Medicine de Estados Unidos, en la que se hacía referencia a que alrededor de 98,000 pacientes hospitalizados morían cada año por errores médicos prevenibles, motivó a las instituciones de salud a mejorar la calidad del servicio y enfocar la atención en la seguridad del paciente.

Las fallas no sólo son del médico a quien se le responsabiliza del 10% de éstas, sino de todos aquellos que conforman el sistema de salud. Las caídas, quemaduras, úlceras de decúbito, reacciones medicamentosas o transfusionales, infecciones hospitalarias, identidad equivocada o suicidios, representan los errores mayormente detectados en todos los hospitales del mundo.

Se ha hablado del error, desde el punto de vista legal, como la acción u omisión que puede provocar un evento adverso. Sin embargo, dada la complejidad de la actividad médica debería hablarse de incidentes que pueden desencadenar efectos no deseados, porque la intención es la que en términos legales reduce el grado de culpabilidad.

El personal de salud trabaja bajo la constante presión familiar, con infinidad de escenarios clínicos, drogas poderosas, tecnología complicada, procedimientos quirúrgicos que requieren absoluta precisión, un verdadero campo de batalla.

Buscar la perfección en los resultados es tarea diaria, pero prácticamente imposible porque se conjuntan infinidad de variables. Por eso se afirma que la medicina no es una ciencia exacta como las matemáticas.

Tradicionalmente, en la formación de un médico las equivocaciones han sido siempre condenadas. Por esta razón los errores no se aceptan o no son discutidos abiertamente y esto origina un obstáculo para desarrollar trabajos epidemiológicos de calidad.

En el error médico se puede afirmar que hay dos víctimas: el paciente afectado y el médico cuestionado de su capacidad y lesionado en su prestigio. Aquí es donde surge la medicina defensiva con estudios innecesarios, rechazo de casos difíciles y de considerar al paciente y su familia como enemigos potenciales.

Para leer más:  Vázquez JA. et al. El error en la práctica médica. ¿Qué sabemos al respecto?  An Med (Mex) 2011;56(1):49-51

Mitos y realidades del error médico: https://primumnonpecuniam.wordpress.com

 

 

 

Textilomas olvidados, ¿responsabilidad de quién?

Los textilomas son cuerpos extraños (gasas, compresas, tubos de drenaje o aspiración, instrumental, etc.) olvidados en la cavidad abdominal durante el acto quirúrgico y que representan un atentado a la seguridad del paciente por su alta morbilidad y mortalidad.

Se ha estimado una frecuencia de 1 en cada 1000-1500 cirugías. Sin embargo, se desconoce la verdadera incidencia ya que es un incidente poco reportado dadas las implicaciones legales que representa.

Se han realizado encuestas anónimas en las que un 30% de los entrevistados reconoce haber dejado una compresa olvidada en alguna de sus cirugías y más del 90% haber tenido conocimiento de algún colega que haya incurrido en este error técnico.

Si bien es cierto que el conteo de gasas es una actividad propia del equipo de enfermeras, en particular de la instrumentista y la circulante, desde el punto de vista legal la responsabilidad recae directamente en el cirujano.  Aunque, el sentir general de los cirujanos es que la responsabilidad deba ser compartida con el resto del equipo quirúrgico.

Si la instrumentista le reporta al cirujano un conteo completo, la gasa olvidada debería ser responsabilidad de la circulante en turno al momento de la verificación.

De cualquier manera, al cirujano podría cuestionársele el haberse confiado y no haber realizado una revisión exhaustiva de la cavidad abdominal.

Es conocido que los factores de riesgo para esta eventualidad son las cirugías de urgencia, las que se realizan en el turno de la noche o la madrugada, cirugías muy prolongadas y de complejidad extrema, o que cursen con complicaciones de sangrado u otro tipo.

Una vez más se insiste en la urgente necesidad de que todo el equipo quirúrgico revise los lineamientos universalmente establecidos del programa de la OMS «la cirugía segura salva vidas», para evitar estos incidentes que afectan órganos y ponen en peligro la vida los pacientes.

Campos M. y cols.  Morbilidad derivada de gasas olvidadas en los actos quirúrgicos. Rev CONAMED. 2008; 13 Supl 1: 5-11.Si quiere leer más:

 

Mitos y realidades del error médico

A medida que ha avanzado la tecnología médica se ha logrado controlar un sinnúmero de enfermedades graves con un incremento lógico  de la sobrevivencia. Sin embargo, también ha traído consigo grandes conflictos  porque una gran mayoría piensa que el médico a la mano de la tecnología debería reportar óptimos resultados.

En realidad no es así. El médico se sirve de la tecnología como una herramienta complementaria para el diagnóstico y tratamiento de muchas enfermedades, pero con los márgenes de error que dicta la práctica médica no absoluta.

“Errar es de humanos, pero ningún error se le perdona a los médicos”.  Y es entendible, porque se pone en juego la vida del humano y esto le da una dimensión especial; la menor imprudencia, el pequeño descuido, puede generar consecuencias potencialmente serias para el paciente.

Pero no todos los errores generan lo que conocemos como “mala praxis médica”. Para que ello ocurra, se necesita probar: a) el acto médico, b) el daño al paciente, c) la relación de causalidad entre el acto y el daño, d) si el médico obró con negligencia, impericia, imprudencia o incumplimiento de los deberes a su cargo.

Para entender esto, debemos recordar que la relación médico-paciente es una relación de medios no de resultados, lo que implica que el médico se compromete a atender al paciente con dedicación y esmero, y esto lo exime aparentemente de actos estrictamente culposos.

El concepto actual del error médico, sobre todo a nivel institucional, debe enfocarse como una consecuencia, como el eslabón final de una cadena de posibles errores, y no como la causa. Esto evidentemente no exime ni al médico de su responsabilidad individual ni a la propia institución de los procesos que debería vigilar.

Ante esta realidad de los errores de la medicina institucional ha surgido la industria del litigio y acto seguido la necesidad de contratar seguros de responsabilidad civil.   Sin embargo, esta alternativa que busca reducir el costo económico y social de la demanda médica no incide verdaderamente en mejorar y aprender del error.

Los profesionales de la salud deberían tener como prioridad saber qué, cómo y dónde ocurrió el error y comprender por qué sucedió, no quién lo cometió. El error se transforma en una oportunidad para perfeccionar los procesos de mejora y no en una práctica persecutoria que marcaría el rumbo hacia una medicina defensiva, despersonalizada y deshumanizada.